Yo siento por la luz un amor de salvaje. Cada pequeña llama me encanta y sobrecoge; ¿no será, cada lumbre, un cáliz que recoge el calor de las almas que pasan en su viaje?
Hay unas pequeñitas, azules, temblorosas, lo mismo que las almas taciturnas y buenas. Hay otras casi blancas: fulgores de azucenas. Hay otras casi rojas: espíritus de rosas.
Yo respeto y adoro la luz como si fuera una cosa que vive, que siente, que medita, un ser que nos contempla transformado en hoguera.
Así, cuando yo muera, he de ser a tu lado una pequeña llama de dulzura infinita para tus largas noches de amante desolado.
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero; mi juventud, veinte años en tierras de Castilla; mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido —ya conocéis mi torpe aliño indumentario—, más recibí la flecha que me asignó Cupido, y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno; y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; mas no amo los afeites de la actual cosmética, ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos y el coro de los grillos que cantan a la luna. A distinguir me paro las voces de los ecos, y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera mi verso, como deja el capitán su espada: famosa por la mano viril que la blandiera, no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo —quien habla solo espera hablar a Dios un día—; mi soliloquio es plática con ese buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; me debéis cuanto he escrito. A mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje, y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar.
Un vuelo de gaviotas controladas a distancia Y una playa de conchas muertas En la noche una estrella de acero Confunde al marinero Rayas blancas en el cielo azul Para encantar y hacer soñar a los niños La luna está llena de banderas sin viento Qué difícil ser un hombre
Se va a ir El barco partirá ¿Dónde va a venir? Esto no se sabe Será como el Arca de Noé El perro el gato yo y tú
Más allá de la playa reflejada en el viento ha de haber un país donde, como las olas, mi añoranza muera cuando los sueños me hayan abandonado. Si un camino no lleva hasta la muerte, es tan sólo un camino sin salida
Sobre la alfombra de un oscuro beige se balancea un pie envuelto en seda negra: un pájaro de invierno en los sembrados. La curva delicada del talón marca, despacio, el ritmo de la música. Hay un temblor de niños lejanos en tus ojos, y una sombra velada de inquietud en los cabellos. La lluvia de un domingo por la tarde a veces se parece a nuestro epílogo. Suntuosa la tristeza de tus manos con anillos de plata, detenidas en el silencio y en la indecisión después de las caricias. En las cornisas, pájaros mojados son restos de un recuerdo, entre hojarasca, de la hija lejana, en el camino de niebla, un barrizal alrededor del lago. Pequeñas charcas parecen tu silencio. Anochece: sólo cuando el destino se ha cumplido no hay motivos de alarma.
Y la gente se quedó en casa. Y leyó libros y escuchó. Y descansó y se ejercitó. E hizo arte y jugó. Y aprendió nuevas formas de ser. Y se detuvo. . Y escuchó más profundamente. Alguno meditaba. Alguno rezaba. Alguno bailaba. Alguno se encontró con su propia sombra. Y la gente empezó a pensar de forma diferente. . Y la gente se curó. Y en ausencia de personas que viven de manera ignorante. Peligrosos. Sin sentido y sin corazón. Incluso la tierra comenzó a sanar. . Y cuando el peligro terminó. Y la gente se encontró de nuevo. Lloraron por los muertos. Y tomaron nuevas decisiones. Y soñaron nuevas visiones. Y crearon nuevas formas de vida. Y sanaron la tierra completamente. Tal y como ellos fueron curados. . (K. O’Meara – Poema escrito durante la epidemia de peste en 1800)
EL DESAPEGO es el acto más doloroso y a la vez el más elevado del AMOR INCONDICIONAL
“La confianza acerca, el control aleja. Porque la confianza viene del amor y el deseo de controlar viene del miedo….
…. Cuando confías en que algo va a llegar a tu vida, porque ya has hecho tu parte, te despreocupas, y eso llega. Pero cuando desconfías y te impacientas, lo alejas de ti, lo retrasas.